* Artículo publicado en sección
E-Pístolas de El Mostrador
Estimado Sergio:
Hace unos días leí con mucha atención su columna de opinión en, paradójicamente, el cuerpo reportajes de El Mercurio, titulada “La Araucanía y sus falsedades” y me sentí válidamente interpelado cuando señala que hoy “no sorprende, en consecuencia, que los descendientes de araucanos se desempeñen en toda clase de oficios, sean empleados fiscales y empresas privadas, tengan títulos universitarios y desde hace muchos años hayan sido jefes de servicios, parlamentarios y ministros de Estado”. Justamente puedo decir que soy descendiente mapuche, abogado y fui Subsecretario de Telecomunicaciones casi tres años, por lo que mis reflexiones parten de la base de su escrito. Y agradezco de todas formas este reconocimiento, porque en otra entrevista a un canal de noticias de televisión de pago mencionaba que -respecto al grado de inteligencia de mapuche- lo reconocía puesto que había tenido “jardineros araucanos excelentes y trabajadores, pero no la mayoría…”.
Me llama poderosamente la atención su obsesión por contar una historia como verídica, como si las ciencias sociales fueran matemática pura, sin alteración y sin visiones distintas de un mismo hecho. Comenzar a denominar a los “mal llamados mapuches” como araucanos ya nos muestra su aire de superioridad sin fundamentar, sólo por el hecho de contar su historia y sin considerar la realidad de los hechos y el discurso social.
En su tesis nos habla de la deuda histórica que los pueblos originarios les deben a los conquistadores, dando ejemplos de productos introducidos. No menciona que los conquistadores también se enriquecieron con productos ya que sólo en especies vegetales desde América se llevó a Europa alimentos tan comunes como el maíz, los frijoles, los tomates, ajíes, chirimoyas, piñas, tabaco y cacao (base del chocolate) y otras que representan el 17% de todas las cultivadas en el mundo.
Sin embargo la discusión no es quien entrega más, sino saber por qué en su obsesión por contar un relato estigmatiza a pueblos originarios de una forma que roza, perligrosamente, en el racismo.
Mencionar que el vino y el aguardiente impulsaron la embriaguez, casi permanente y en la depravación social interna y que marcan el sello del pueblo mapuche demuestra estrechez de racionalidad, entendiendo que los efectos del alcohol no diferencian entre tipos de culturas ni orígenes y no está presente en la cultura originaria de los mapuche.
Sepa ud. que dentro de la cosmovisión religiosa y ancestral mapuche, muy respetuosa de las costumbres, ni el vino ni el aguardiente están presentes, mal podríamos entender que una vez introducidos invadiera o colonizara los hábitos indígenas hasta llevarlos a los hechos que afirma.
Tratar de desnaturalizar y desmitificar el carácter y fortaleza mapuche de resistencia a la colonización no hace más que tratar de disminuir un hecho indiscutido y fue como el avance español no pudo permanecer en forma estable más allá del límite natural del BíoBio.
Sin embargo siguiendo su lectura, insiste en mencionar la existencia de hordas, tribus, tratos justos en apropiación y venta de tierras indígenas, indios amigos que trabajaban por alcohol y caciques gobernadores, afirmando que los araucanos fueron protagonistas de su propio estigma. Una particular visión que glorifica a los conquistadores y destruye a los vencidos, tan propio de los que cuentan la historia de los vencedores.
Con el respeto debido, al escribir su columna para El Mercurio lo veo sentado detrás de una máquina de escribir, soñando en historia ficticia, elaborando en su mente figuras heroicas y deidades, tratando de convencer como justificar sus libros, sus clases, sus sesgadas investigaciones publicadas hace 30 años exigiendo que su visión, como historia real, sea eternizada.
Sin embargo, la insistencia en mostrar a un pueblo que ni siquiera es capaz de llamarlos por su propio nombre, mapuche, y vulgarizarlos, discriminarlos e incluso llegar al punto de ridiculizarlos, hace sentir a los que, para usted somos mestizos de araucanos, que somos católicos, que vivimos en ciudades, que no hablamos perfectamente mapudungun, que cumplimos deberes cívicos y somos de tendencia moderada, más orgulloso de ser descendiente mapuche.
Me siento bendecido de que mi abuelo, de apellidos Huichalaf Alcapán, fuera un completo mapuche, y que me enseñara el valor de respeto y tolerancia sobre todo por los adultos mayores, independiente si es Huichalaf o Villalobos. Me siento digno participante de una cultura viva y pensante, que demuestra que puede tener presencia en la vida social, espiritual, académica y de representación popular. Busco constantemente manifestar como un mestizo de origen mapuche puede y está a la altura de cualquier otra persona, independiente de su origen racial.
Finalmente, al indicar que existe un grupo de personajes que buscan fama y están necesitados de hacer carrera, creando una falsa imagen de la Araucanía, siento que evidencia una envidia creciente. Sólo su palabra vale, los demás no saben. Ud. maneja la historia, los demás sólo son simples seguidores. Ellos quieren fama, ud. seguramente no ser olvidado.
Pedro Huichalaf Roa